Encarni no se percató de que sus sobrinas todavía permanecían dentro del coche cuando comenzó a caminar por la calle. Su corazón golpeaba con fuerza su pecho. Los acontecimientos le habían sumido en una desazón incipiente. Su reunión con el club de lectores podía esperar. Tenía que intentar solucionar algo mucho más importante. Tenía que echar la llave a la puerta del pasado. No podía consentir que sus niñas se viesen salpicadas.
Encarni no notó como su nariz empezaba a helarse, solo sentía los latidos de su viejo corazón. Esperaba que la tienda de congelados todavía no hubiese cerrado. Necesitaba comprar esas rosquillas de anís que solo vendían allí.
Su corazón pareció relajarse cuando al girar la esquina vio luz en la tienda. La dependienta ya estaba bajando la persiana y pareció sorprenderse al verla.
-Hola señora Encarni, ¿qué hace por la calle con este frio?
-Buenas tardes Rosa- intentó sonar tranquila, aunque sus resuellos indicaban que había caminado más rápido de lo que sus setenta años recomendaban- Quisiera una cajita de rosquillas de anís.
-Claro, claro…pero pase por dios que se va a quedar fría.
Encarni se sintió mucho mejor con aquella caja en sus manos. Ahora solo le quedaba una visita más. Cogió aire y caminó hacia la iglesia. Cuando entró al templo se dio de bruces con un ambiente cargado de incienso. Odiaba ese olor. Nunca le gustaron las iglesias. Sin embargo tenía un cometido.
El cura se encontraba recogiendo los bártulos de la última misa en el altar y al verla allí parada frente a él pareció sobrecogerse.
-Juan, vengo a traerte algo
-¡Benditos los ojos Encarni! ¿Qué te trae por aquí?, ¿o solo vienes a visitar a un viejo amigo?- preguntó amigablemente Juan
Encarni sacó la caja de rosquillas y Juan al verlas palideció.
-Vengo a traer un poco de dulce para la Iglesia- recitó Encarni intentando que su voz sonase lo mas neutra y natural posible.
Juan se recompuso lo mejor que pudo. Sabía lo que esa caja significaba. Comprendía el mensaje. Todo volvía a comenzar. El miedo atenazó sus músculos pero se obligó a serenarse.
-Gracias hija, lo haré llegar a quien lo necesite.
-Eso espero Juan, eso espero.
El mensaje había sido entregado. Ahora Encarni solo tenía que esperar. ¿Esperar?, ¿cómo esperar cuando temes por la vida de tus niñas y posiblemente de mucha más gente inocente?





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