¡Quién pillase tus años!

¿Has utilizado alguna vez esta frase?, ¿se la has oído pronunciar a alguien? Si es así seguramente has pasado de los cuarenta o estás a punto de hacerlo. A partir de esa edad ya tienes los suficientes galones como para tener derecho a utilizarla.

Esta expresión suele utilizarse cuando coincides con algún espécimen más jovenzuelo que no se corta en quejarse de algo o alguien. Entonces tú, con mirada apasionada, y con voz de abuelo Cebolleta le sueltas un buen «¡Ayyy, chaval, quién tuviese tu edad!». El bisoño ejemplar no entiende el significado profundo de tus palabras, no rasca lo suficiente y se queda en la superficie de la frase interpretándola como un «Envidio tu juventud».

Zagalas y zagales, estáis muy equivocados. No envidiamos vuestra lozanía: anhelamos vuestros cuerpos bizarros. No por bellos sino por fuertes, todavía en etapa de rodaje. Desearíamos levantarnos por la mañana sin un clac en las rodillas, sin un «mierda cómo me duele el cuello». Envidiamos no «cagarnos en el puto brazo que se me duerme todas las noches y no me deja descansar, puñetero túnel carpiano».

Porque a partir de los cuarenta te has acostumbrado a tu michelín, has aprendido cómo subirte las tetas hasta la garganta, te has habituado a tener que encogerte con disimulo cuando te ríes con ganas y temes tener una pérdida, la falta de sexo se convierte en el tema estrella a la hora del café consolándote al ver que no eres la única en régimen de abstención…

Los años te han enseñado, y aunque intuyes que aún te queda mucho por aprender, empiezas a ser libre de superficialidades, libre de pensamiento, libre de ataduras, libre de esa obligación de quedar bien, libre de elegir tu ruta…

Por lo tanto sí, ¡quién pillase tus años!, pero con nuestras mentes cuarentonas curtidas a base de cicatrices, vivencias, sonrisas, muchas lágrimas y mucho esfuerzo.