Pecados capitales (Va de Reto especial diciembre)

Hoy vengo a presentaros el relato que he creado para el reto «Va de reto ESPECIAL (diciembre 2019)» de JascNet. Me parece súper original y completo, y ¿para qué engañarnos? Promete un estupendo premio al que no puedo resistirme. Venga, animaos a participar. Hay tres requisitos indispensables para participar y estas son mis elecciones:

• Elegir un árbol del reto de Jessica Galera de diciembre: TERROR
• Elegir una palabra del reto de Adella Brac: CAMINÉ
• Elegir una imagen del reto de Lídia Castro: TIARA
• Elegir un audio de mi reto (jijiji):

Y aquí va el resultado de toda esta mezcla. Espero que os guste.

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PECADOS CAPITALES

Caminé lo más rápido que pude sin que llamase la atención de los borrachos que se tambaleaban por las calles, vociferaban en las puertas de las discotecas y se manoseaban bajo el halo protector de los portales; felices y extasiados por haber recibido el año nuevo alcoholizados, como si eso fuese a cambiar sus despreciables y tristes vidas al día siguiente.

Llegué hasta el descampado donde había aparcado el coche siete horas antes y busqué las llaves con torpeza en el interior de mi mochila. Los brillantes de la tiara proyectaron un brillo que me pareció repugnante. Me apresuré a encender el motor y abandonar el lugar. Encendí la radio con la esperanza de que la música me hiciese olvidar todo lo sucedido. Sonó un villancico movido y subí el volumen hasta que mis tímpanos amenazaron con reventar.

Me puse a cantar como un loco y las imágenes se fueron sucediendo a flashes: la llegada a la fiesta de Rubén, el asqueroso y envidiable podrido de dinero, Rosa contoneándose como una guarra al fondo del salón, Marisa bebiendo y cebándose con los canapés del cátering, Vicente el pusilánime sin quitar ojo a Ramón y envidiando su atractivo, Carmina, siempre sentada y con la excusa perfecta para no echar una mano… Y finalmente llegó Casimira y su comentario de mierda: «Baja a tirar la basura, gafotas». Esa fue la gota que colmó el vaso.

Seguí gritando, vociferando ese maldito villancico, pero las manos en el volante, manchadas de sangre me recordaron lo que había hecho. Cuerpos destrozados, desmembrados, sangrantes. Algunos pidieron clemencia, otros como Casimira, la primera en caer, no tuvo tiempo. Le cercené el cuello con el cuchillo jamonero y su tiara calló sobre la moqueta.

No, no podía quedarme con ella. La saqué de la mochila y la tiré por la ventana.